La fragata «Ligera» by Luis Delgado

La fragata «Ligera» by Luis Delgado

autor:Luis Delgado
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Histórico
publicado: 2011-01-01T00:00:00+00:00


15. Un regalo inesperado

Entramos en la segunda quincena de un mes de mayo húmedo y caluroso en extremo, momento en el que volvieron a acelerarse nuestras vidas en Puerto Cabello. Por un lado, tras varios retrasos que llegaron a descabezar nervios propios y ajenos, habituales en toda plaza sitiada, el comandante Laborde ofrecía a las autoridades civiles y al general Latorre la tan esperada novedad de «fragata Ligera lista para salir a la mar en comisión de guerra». Y tal pronunciamiento era seguido por otro, que señalaba el alistamiento de la división naval bajo su mando. No se podían achacar aquellas tíos últimas semanas de retraso a falta de ocupación o laboriosidad de nuestro personal profesional, por supuesto, sino a los conocidos defectos estructurales del buque, así como la agobiante escasez de repuestos, pertrechos, material de base y capacidades propias del puerto.

Como eran muchas las misiones previstas para la fragata Ligera, pergeñadas con mayor o menor detalle en alargada lista de espera, el comandante naval del apostadero de Puerto Cabello y de la división de buques en él integrada, acompañado por los comandantes del bergantín Hércules, de la goleta Morillo y alguno de sus oficiales, mantuvo una tensa y prolongada reunión con el general Latorre y miembros de su estado mayor. Intentaban establecer un nivel adecuado de prioridades, cuestión nada sencilla teniendo en cuenta la situación que se sufría en la plaza y con las unidades navales como única prenda de contacto con el resto de plazas españolas.

Por fin, se estimó como primer y principal objetivo, efectuar el traslado de familias y elementos civiles a la capital puertorriqueña. De esa forma, se mataban dos perdices de un solo escopetazo. Por una parte, se complacía a quienes deseaban abandonar el escenario bélico de Tierra Firme, donde nada les empeñaba personalmente. Pero al mismo tiempo, se conseguían disminuir las necesidades de manutención en Puerto Cabello y, en el necesario tornaviaje, se podrían embarcar en los diferentes buques las provisiones, armamento y pertrechos que se necesitaban en la plaza con urgencia.

Gracias al retraso producido en el alistamiento definitivo de la Ligera, conseguí que se me diera el alta al ciento y el comandante Laborde me permitiera embarcar de nuevo en la fragata, unos días antes de su definitiva salida a la mar. Bien es cierto que mucho debí esforzar miembros y pensamientos en los paseos y ejercicios a los que me sometía, para alcanzar el fin perseguido. Y no cuadró en tarea sencilla la maniobra, ni mucho menos. Porque el cirujano de la Sierra rezongaba a la contra, con alegaciones doctrinales que, por fortuna, nadie comprendía ni por alardes. Pero la verdad es que mi aspecto físico aparentaba formas inmejorables a la vista y me movía con cierta soltura, aunque callara los dolores que todavía me aquejaban de forma esporádica en el miembro perdido, esa maldita extremidad que todavía sentía como propia y que, en algunos momentos, alcanzaban la estadía de la máxima angustia.

Aunque no se tratara de despedida definitiva, caló muy hondo



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